Análisis de nuestra relación con el pensamiento matemático

Hola a todos,
Con el objetivo de analizar nuestra relación con el pensamiento matemático, esta actividad es una linda oportunidad para darle espacio al autoconocimiento y a la inteligencia emocional dentro de la clase de Matemática.  

La propuesta se basa en un texto disparador de Carl Jung seguido de una serie de preguntas que nos ayudan a tomar consciencia y a cuestionarnos acerca de nuestra forma de encarar el pensamiento abstracto

 Algunas preguntas para contestar tras la lectura del texto:

     ٭ ¿Qué es lo que Jung no logra comprender en la clase de matemáticas?    
     ٭ ¿Quién fue Carl Jung? ¿En qué época -aproximadamente- cursó sus estudios primarios?
     ٭ ¿Cómo definirías tu propia relación con las matemáticas y con el pensamiento analítico?
     ٭ ¿Cuáles son tus emociones más frecuentes durante la clase de matemática? ¿Y mientras resolvés ejercicios o situaciones problemáticas? 
     ٭ Indicá tu opinión sobre este fragmento del texto: “... he experimentado la sensación de que sí, como mis compañeros de estudios, hubiera aceptado sin discusión que a=b, sol=luna, perro=gato, etc., habría penetrado para siempre en las matemáticas”
     ٭ ¿Pensás que dejar preguntas filosóficas fundamentales sin respuesta (¿qué es un número? ¿cuál es el sentido de las operaciones matemáticas?) es un obstáculo para la comprensión del pensamiento matemático? 


Aquí el texto: 

Fragmento extraído de “Recuerdos, sueños, pensamientos”, Carl. G. Jung, 1961  

“La escuela comenzó a fastidiarme. Me ocupaba demasiado tiempo que yo hubiese empleado con gusto en dibujos de batallas y en jugar con fuegos. Las clases de religión resultaban increíblemente aburridas y por las clases de matemáticas sentía verdadero pánico. El maestro hacía suponer que el álgebra es algo por completo evidente mientras que yo ni siquiera logré saber qué son los números en sí y por sí. No eran flores, ni animales, ni fósiles, nada que sea imaginable, meramente cantidades que se representan por cifras. Para mi confusión las cantidades que se sustituyeron por letras equivalían a sonidos, de tal modo que se podía oírlas, por así decirlo. Asombrosamente mis compañeros supieron habituarse a ello y lo encontraban natural. Nadie podría decirme qué son los números y yo no podía formular la pregunta. Con asombro descubrí que nadie comprendía mis dificultades. El maestro se esforzaba cuanto podía, debo reconocerlo, para explicarme el sentido de estas maravillosas operaciones, en convertir cantidades comprensibles en sonidos. Comprendí, finalmente, que este sistema de abreviaturas resultaba adecuado para representar muchas cantidades en una forma abreviada.

Pero esto no me interesaba en absoluto. Pensaba para mis adentros que era completamente arbitrario expresar números mediante sonidos, se podría igualmente expresar a por manzano, b por peral y x por signo de interrogación. (...) Esta indignación la sentía también cuando el maestro consideraba, en contra de la propia definición de rectas paralelas, que se cortaban en el infinito. Esto se me antojaba una absurda majadería en la que yo no podía ni quería participar. Mi moral intelectual se resistía a esta frívola incongruencia que me cerraba el acceso a la comprensión de las matemáticas. Solo al llegar a una avanzada edad he experimentado la sensación de que sí, como mis compañeros de estudios, hubiera aceptado sin discusión que a=b, sol=luna, perro=gato, etc., habría penetrado para siempre en las matemáticas; ello, sin embargo sólo he llegado a sospecharlo a mis ochenta y tres años. Durante toda mi vida me resultó un enigma por qué no logré hacerme asequibles las matemáticas, de las que nunca dudé que servían para contar. Lo más incomprensible me pareció, sin embargo, mi indecisión moral ante las matemáticas. 

Sólo podían resultarme comprensibles igualdades en que yo sustituyera determinados valores numéricos por letras y me confirmaran el sentido de las operaciones mediante un cálculo concreto. En lo sucesivo sólo pude salir bastante airoso de las matemáticas dibujando las fórmulas algebraicas, incomprensibles para mí en su contenido, y grabando en mi memoria en qué lugar de la pizarra se realizaban las combinaciones de letras. Con el cálculo no pude entenderme, pues de vez en cuando el maestro decía: «aquí sustituimos la expresión», y trazaba en la pizarra un par de letras. Yo no sabía por qué ni para qué — posiblemente para facilitar un final satisfactorio al procedimiento—. Estaba tan asustado ante mi incapacidad de comprensión, que ya no me atrevía a preguntar nada.

Las clases de matemáticas eran para mí temor y tormento. Dado que otras asignaturas me resultaban fáciles y en matemáticas pude salir del paso, frecuentemente gracias a mi buena memoria visual, casi siempre obtuve buenas notas, pero el miedo a un fracaso y a la insignificancia de mi existencia frente a la grandeza del mundo que me rodeaba me produjeron no sólo desgana sino cierto tipo de muda desesperación que me quitó por completo la afición a la escuela."


¿Qué les parece esta forma de incorporar un poco de filosofía e inteligencia emocional al curso de Matemática? 
Leo sus comentarios, un beso!

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